Aquí estoy. En la orilla de otro mundo, encogida en esta playa, oyendo el eco de la soledad en una solidaria caracola, disfrazándome de alga para empaparme de mar.
Una ola parece reconocerme y se acerca. Es enorme. Coquetea con otras olas. Juega. Me roza y se aleja convertida en espuma. Imagino que es la misma que nos sorprendía y nos servía de excusa para enlazarnos, para apretar nuestros cuerpos.
En algo nos parecemos. Ella se deshace al golpear entre las rocas. Y yo me deshago al estrellarme en los recuerdos.
Como la ola, tú y yo, fuimos inmensos y nos agotamos antes de alcanzar el horizonte. Naufragamos. Fue en vano buscarnos. Nos habíamos consumido, como se consume la arena entre los dedos de la mano hasta desaparecer. Y la marea nos sorprendió en distancias inalcanzables. Tú en tu playa y yo en la mía.
Tan lejanas que nos invadió la ausencia y fue demasiado tarde para rescatar nuestros amaneceres, la humedad de tu sombra sobre la mía y el desliz de tus dedos en mi espalda buceando el infinito.
Tarde el fallido intento de detener el instante en que la ola se disolvía en partículas. La esperanza en desgarro.
Tan tarde para recuperarnos que me ha sorprendido la noche y sueño que otra ola se acerca y te regresa, que me descubres entre las algas, que volvemos a enlazarnos y reconozco el sabor a sal en tu boca.
Y que me convences que amanece.
Fotografía: Dassie Darko