"Con la palabra se ve lo no visto, o incluso lo no visible"-
EMILIO LLEDÓ. El silencio de la escitura

jueves, 30 de diciembre de 2010

EL ÚLTIMO PÉTALO


A Beatriz le gustaba mirar el jardín apenas se despertaba. Cuando aún jugaban las gotas de rocío sobre las hojas, cuando se deslizaban lentamente algunas y otras se precipitaban al vacío esparciendo sus partículas húmedas sobre las ramas que se iban vaciando de verdes, ella corría hacia un costado las finas cortinas que permitían la entrada del amanecer y observaba como el gélido invierno iba desnudando las flores sin piedad.
Escuchaba música clásica mientras repasaba los sueños nocturnos y se abandonaba a ese estado de placidez que sobreviene tras los primeros instantes de la vigilia.
Su madre, en la cocina preparaba el desayuno. Olía a café la casa. Y a jabones frescos de duchas recientes.
Beatriz esperaba su llamada
-Hija, el desayuno está listo- y ella con un perezoso ¡ya voy!, se desplazaba por el pasillo .
La repetición de esta ceremonia no le deparaba ninguna sorpresa, la imagen era siempre la misma. Su madre con la bata azul, el rosario sobre la mesa, la canasta de mimbre con frutas frescas de la época y las viejas tazas de loza china, esperando el café caliente. Y ella, mientras, se distraía observando la originalidad en el grabado de esas tazas, hecho con finos pinceles y tintas rojas que enlazaban damas con pamelas y racimos de flores.
-Regalo de papá - decía su madre, cuando percibía su curiosidad, mientras arrimaba la silla de asiento mullido en la que solía sentarse su padre hacia la cabecera de la mesa y sobre ella  colocaba  la taza vacía en la que él bebió siempre su té de poleo.
Nunca pudo convencer a su madre de que su actitud era innecesaria, que igual lo recordaban.
La gata, a sus pies,  comía las migas del panecillo  untado de manteca que caían al suelo.  Ella la había acostumbrado.
Y rezaba antes de sorber su café.
Una mañana faltaron en el jarrón las flores frescas con las que decoraba la mesa. Era lo único que diferenciaba aquel desayuno al de otros días.
No has puesto flores, mamá- le dijo
Ella no contestó. La miró con una tímida sonrisa, tal vez, así lo creyó Beatriz, porque al final se había convencido que a ella le disgustaban las fragancias de las rosas durante el desayuno.
Recogió la mesa y con pasos cansinos y la curvatura de su espalda dibujando la línea descendente de la vida salió al jardín. Al regresar le acarició su frente, la besó y le dijo:
-Éste es el último pétalo, el que ha sobrevivido al final de la vida del rosal- y lo introdujo entre las páginas del libro que Beatriz leía.
Sabes- continuó- los recuerdos surgen a veces desde la soledad de una silla, desde una taza de café vacía, o de un pétalo de rosa guardado en un libro.

Era la última noche del año.
Beatriz oía las voces de sus hijos que la llamaban para el brindis. Empezaban a sonar las campanadas que daban la bienvenida al nuevo año y sintió la necesidad de asomarse al jardín. En el rosal despertaban nuevos brotes.
Cerró el libro y lo guardó otra vez en la vieja biblioteca. Allí estaba aún el pétalo de aquella rosa y sus recuerdos.
La gata buscaba las migas en el suelo. A su manera también recordaba.

Imagen: google.

Os deseo un futuro en paz


sábado, 18 de diciembre de 2010

CUENTO DE NAVIDAD


 El reino de lo inalcanzable                       

Weñatugú era un reino en el que sus pobladores se distinguian por su pequeña estatura. Los weñatugúes vivían en un prado rodeado de altas montañas a las que nunca pudieron acceder. Sus piernas tan cortas le impedían llegar a las alturas. No conocían la salida del sol ni su ocaso porque su mirada no sobrepasaba ni tan siquiera los montes más bajos del lugar. Sólo se dedicaban a pescar en el río y a labrar la tierra para conseguir sus alimentos. Pero su ilusión fue siempre poder asomarse a aquel mundo que desconocían, suponiendo que allí se encontraba el bienestar, la alegría, la felicidad y entristecían ante la imposibilidad de alcanzarlo.

Una mañana los Reyes de Weñatugú para alegrar a su pueblo reunieron a todos los brujos del lugar anunciándoles la llegada de su nuevo vástago y les pidieron que con sus conjuros hicieran posible que aquel hijo que esperaban tuviera las piernas tan altas como el ciprés más viejo del lugar.

Todos se pusieron a inventar pócimas y celebrar aquelarres y sesiones de magia. Sabían que aquel que lo consiguiera sería gratificado por el rey con el puesto de honor de brujo de la corte. El curandero oficial aconsejó a la reina madre reposo absoluto para que el feto extendiera mejor  sus piernas. Todos colaboraban para la consecución felíz de aquel deseo.

Una noche de luna llena se anunció a los weñatugúes que se aproximaba la llegada del nuevo ser. Los brujos encendieron fogatas inmensas en cada una de las calles del reino y las hadas soplaban para que las llamas se elevaran lo más alto posible. Eso era, según ellos, un buen presagio. Los magos hacían que cintas de diversos colores se tensaran verticalmente en el aire y se dibujaba un largo arco iris en dirección al cielo y los duendes saltaban sin cesar entre las matas en un intento de que el sueño de sus reyes se hiciera realidad.

El niño nació aquella noche, rebosante de salud y con las piernas considerablemente más largas. El festejo por la llegada del príncipe Patilarga duro días y días. Era inmensa la alegría en el reino. Todos confiaban que la vida ahora iría cambiando con la llegada de nuevas generaciones.

El príncipe fue creciendo y conseguía lo que los demás siempre habían anhelado. Llegar hasta lo imposible. Hasta aquello que todos asociaban con la felicidad.

La noche de Navidad el rey y la reina como agradecimiento a los habitantes de Weñatugú le encargaron a su hijo, que era el único que lo podía hacer, que adornara el ciprés más alto del reino para colgar allí todos los regalos. Enormes cajas envueltas en papeles brillantes colgaban de sus ramas.

Esa noche se congregaron los weñatugúes alrededor del árbol felices de la idea que había tenido su Señor. El rey pronunció un discurso en el que  pidió a  sus vasallos que recogieran sus regalo. En los ojos de cada uno de ellos se reflejó de repente el desencanto y la frustración ante lo imposible. Cómo llegar hasta allí si su altura se lo impedía.

También el Rey pidió a su hijo que recogiera las flores del jardín para adornar la mesa, pero el príncipe no podía porque a su cuerpo, aún inclinado, le resultaba imposible llegar hasta el suelo y sus piernas no le permitían, ni tan siquiera, sentarse alrededor de la mesa para reunirse con sus padres y sus hermanos en la cena de Navidad. Tampoco podía besar a su madre, ni recibir una caricia. Las desconocía.
Patilarga enfermó entonces de angustia y los pobladores entristecieron al ver que la salud de su príncipe peligraba.

Entonces el rey leyó una proclama en la que se solicitaba a los brujos, los magos y los duendes que se reunieran en el bosque y otra vez celebraran sus aquelarres, prepararan brebajes y pócimas mágicas para que el príncipe curara y que sus piernas fueran como la de todos los weñatugúes.

Y el príncipe Patilarga volvió a la normalidad, se enamoró de una hermosa plebeya, la más pequeña del reino, y fueron felices y en la plaza central del reino hubo otra vez un abeto pequeño en donde todos pudieron recoger sus regalos.

Los Reyes orgullosos de su pueblo ordenaron al cartero real de Weñatugú que distribuyera por el caserío un escueto mensaje navideño “La felicidad no es potestad de lo imposible, sino de nuestra voluntad para conseguirla "

Paz, salud e imaginación para ser felices . Con cariño para vosotros.
Beatriz
                         

                                        

jueves, 9 de diciembre de 2010

ALABANZA DEL ASOMBRO



Me asombra
el frágil esqueleto de la hormiga
su incansable andadura y su coraje
en la rama  una hebra de rocío
 y la araña tejiendo su equilibrio
del colibrí su tiempo y desespero
del águila la danza de su vuelo
de la existencia
 el llanto que la anuncia
y la mueca
que indolente la adormece
el sueño y el ensueño
el vals de lo prohibido
el amor y el desafío
lo creíble y lo increíble
la hondura del recuerdo
lo fugaz, lo eterno y el instante
la soledad del poeta, su elocuencia,
la desnudez de su alma en cada verso
y el vértice profundo del silencio.
¡Ay!, cómo me asombra de la vida
la audacia del reverso
y el eterno reposo de su sombra.


Imagen :  Asombro de Ruby Yunis, artista visual pintora y dibujante chilena